HABITAR – MIGRAR

 

 

Planear el viaje por dos meses, sentada en la mesa de tu hogar en Venezuela, mientras tienes una amenaza de desalojo y poca comida en la despensa. Salir con una mochila o una maleta que pierde las ruedas porque tienes que arrastrarla por mil setecientos veintidós  (1722) kilómetros, y llegar a una nueva ciudad en busca de paz y un mejor futuro para tus hijos.

 

« Lo primero que haces es buscar un lugar seguro, en donde dormir y cocinar; un espacio en donde puedas construir un hogar».

Erika García, 2020.

 

Vivir un mes en un departamento compartido con otras tres familias, luego seis meses en una residencia en donde hay treinta y cinco dormitorios sin llegar a contar cuántas personas duermen en cada uno de ellos. Ahora hay un espacio al que puedes llamar hogar. No es el mismo que en Venezuela. Aquí hay otros vecinos, falta una hija, hay otra estructura.

Este hogar es sinónimo de estabilidad, un lugar cálido que te recibe después del trabajo. Aquí puedes llegar a construir algo nuevo, aunque nunca dejas de pensar en los que se quedaron atrás. El barrio te acoge, la ciudad también; aquí los que quieren darte una oportunidad no piensan en si tienes papeles o no, simplemente te la dan.

 

Aquí se lucha por los sueños; aquí las cuatro paredes se convierten en esperanza, al inicio de una vida mejor. Aquí la esperanza de una reunión con tus seres queridos persiste.

 

«Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad».  Artículo 25, Declaración Universal de los Derechos Humanos, 1948.

Un hogar es un catalizador de derechos el inicio de vivir y no sobrevivir durante una migración, donde todo toma forma y comienzan a habitar realmente su nuevo territorio.

Este es un ensayo compartido en donde una mujer migrante, Erika García, me cuenta con fotos su día a día en el sitio en donde viven ahora, su hogar. Le hago preguntas todos los días y vamos construyendo un relato acerca de la teoría de los espacios grises, lugares en los que vivir dignamente no es una ocpión, y en donde viven la eterna temporalidad muchas de las familias migrantes en proceso de movilidad humana.  Aquí es donde se criminaliza la migración, cuando dejan de ser parte del sistema de ciudad y habitan en pequeños espacios que están en una frontera urbana, donde la comunicación no logra pasar y se queda con lo que se ve en noticieros; quedando poco a poco fuera de los planes urbanos, se vuelven invisibles, se vulneran sus derechos, comienza un habitar sin pertenecer.

 

Durante tres meses mediante su cámara comparto con ellos, conozco su hogar desde lo íntimo, desde el pertenecer de alguna forma a ese lugar, desde el sentir y empatizar con ella.

Nos conocimos hace un año, en el refugio La Gran Sabana en Quito, Ecuador.

 

 

www.alexandramaldonado.work